En la monótona, solitaria y pintoresca colina vivía una poderosa mujer. Se decía que vivía entre dos mundos. El mundo exterior y el inframundo, sumido en el interior del planeta. Pocas veces se la veía en la colina, pues el mundo exterior no era su hábitat común. Sólo aparecía en momentos puntuales, para resolver algún conflicto en la tierra. Moraba entre los pueblos indios, compartiendo su sabiduría y poder. Recorría el desierto adoptando formas de animales, adaptándose al medio y pasando desapercibida. Ella sólo venía al mundo de los humanos para observarnos y mejorar nuestra sociedad. Un día la encontré en la colina. Estaba mal herido y no podía caminar. La vi a lo lejos. Tenía forma de serpiente. Sigilosamente se acercó hasta mí, arrastrándose por la arena. Sus ojos brillaban y se clavaban en los mios. Su bífida lengua no paraba de moverse. Rodeó mi cuerpo déjandome totalmente inmóvil. Un súbito dolor, acompañado de varios escalofríos recorrieron mi cuerpo. Sentí que acabaría con mi vida. Sin embargo acabó con todas mis heridas de guerra y ahora podía caminar perfectamente. Me sentía mejor que nunca. Traté de buscarla para darle las gracias, pues estaba convencido de que era la poderosa anciana de la colina. Todo el mundo conocía su leyenda y yo había sido el afortunado de confirmar su presencia y poder. A lo lejos vi como se introducía en unas cuevas, y durante varias horas la persiguí sin que se diera cuenta por extrañas galerías subterráneas que descendían al interior de la tierra. Cuando llegamos a unas galerías de piedras preciosas, la serpiente desapareció. Me quedé maravillado observando aquel tesoro. Empecé a pensar que podría enriquecerme en ese mismo momento cambiando mi vida por completo, pero pronto apareció un lagarto gigante con actitud agresiva y en posición de ataque. Atrás humano, me dijo con tono amenazante. Has llegado hasta aquí pero no te dejaré que des un paso más. Pero yo le pedí que me dejara continuar, pues sabía que el lagarto era la anciana que me había curado, y también sabía que se dirigía a Agartha, la ciudad en el interior de la Tierra. el Lagarto Gigante volvió a repetir... no te dejaré pasar, pues los humanos solo debéis reinar en la superficie y no tenéis que llevar el mal al interior del planeta. La superficie es un mundo de violencia y horror, resultado de los actos del ser humano. Si llegaseis al interior del planeta, en poco tiempo sucumbiría, destruyéndose sus mismos cimientos. Te he dado una oportunidad para que aproveches tu vida. Lo que has visto mantenlo en secreto y tan solo trata de aprender de ello. Tú tienes la capacidad de cambiar la superficie, aprovéchala. Diciendo esto el lagarto se convirtió en una pequeña anciana que poco a poco desapareció dirigiéndose a las profundidades de la tierra. Yo volví a la superficie y solo me llevé el recuerdo de lo que había visto y vivido, teniendo presentes las enseñanzas de aquella misteriosa anciana.
Entro en su cuarto y sólo veo puntos luminosos esparcidos en una oscuridad total y etérea. Brillan con una intensa luz, oscilando cada pocos segundos, de un lado para otro. Después su destello se hace más tenue, y vuelve a brillar con fuerza de forma intermitente de nuevo, como si fuese una misteriosa fuente de energía. Tardo en darme cuenta de que es un cielo estrellado. Un pequeño retazo del universo ha venido a parar de forma inexplicable a esta habitación, en el suelo de aquel familiar cuarto, donde hicimos tantos experimentos Dani y yo. Experimentos de todo tipo: extraños, atrevidos, retorcidos y todos ellos muy peligrosos. Siempre queriendo retar los límites de la realidad sin ver las consecuencias de aquellos actos. Ahora entiendo que pasó aquel día, aquel martes noche, cuando desapareció la familia de mi amigo Dani. Él quería ir allí. Aquel increíble lugar al que alguna vez fuimos. Por poco morimos en el intento por una confusión milimétrica de coordenadas. Le dije que esperara
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