Me acerco más sigiloso que un gato. Con movimientos casi imperceptibles muevo mis piernas y mis brazos. Manteniendo la respiración todo lo que puedo entre movimiento y movimiento, para no desestabilizarme. Pensando de forma minuciosa y en todo momento donde apoyo la palma de mis manos y la planta de mis zapatos para no hacer ni el más mínimo ruido. Casi no avanzo, pero es mejor así. Si me descubren no saldré de aquí. Estoy a punto de llegar a la que será la última puerta de éste interminable túnel metálico. Ya llevo aquí más de una hora queriendo encontrar respuestas, y espero que tras esa enorme puerta metálica que tengo enfrente descubra las verdades que esconden. Me temo que encontraré el plan maestro. El final que nos tienen reservado a la mayoría. Lo que muchas veces mi compañera Karen me explicó antes de entrar a la celda treinta y cuatro de reinserción. Mientras pienso en las diferentes hipótesis que de una manera u otra me llevan a un trágico final, me percato que casi sin darme cuenta ya he llegado a la gran puerta metálica. Sólo tengo que meter el código y se abrirá. Pero después me detendrán y encerrarán de nuevo, o peor aún, me matarán. Pero si no veo que hay tras la puerta, nunca hallaré las respuestas que tanto he buscado. Moriré sin saber la verdad. Además, llevo meses aquí y no he encontrado una salida en este laberinto de túneles metálicos. Hace días que no cómo ni bebo nada, y las cápsulas de alimento concentrado se han agotado. Ahora es el momento. Abriré la puerta y será el fin de todo. De lo bueno y de lo malo. Así que me dispongo a meter el código con las manos temblorosas. Trato de no equivocarme. Sólo me faltan cuatro letras y estará listo. Q…Y…H…
- ¡Alto! Me gritan del otro lado del pasillo.
- ¡Maldita sea, los guardias!
A toda velocidad vienen hacia mí. Son más de diez. Por suerte no portan
sus armas de fuego. Sólo quieren neutralizarme. Así que, me doy más prisa aún y
con todo el brazo temblando logro meter los tres últimos dígitos. Mi corazón
late a mil por hora. Mi única salida ahora es que la puerta se abra rápidamente
y escape. Aunque sé que eso no pasará. Los guardias ya están a dos metros de mí
y saltan a mi cuello y piernas, aunque no tenga posibilidad alguna de escapar
ni defenderme. Me caigo al suelo y me inmovilizan. Quedo bocabajo mirando la
puerta que por fin se abre con la lentitud de un reloj de arena cuando está a
punto de finalizar y el último grano nunca termina de caer al piso de abajo.
Poco a poco se deja entrever todo lo que hay detrás de la puerta. Mi vista no
alcanza a divisar el final de la sala. Parece infinita. Está iluminada por
cientos de enormes focos con luz blanca tan fuerte que parece que es de día. La
descomunal galería alberga varios cohetes de gran envergadura. No son como los
que he visto otras veces, alargados y cilíndricos. Estos cohetes tienen un
cuerpo principal formado por un prisma rectangular de color blanco para después
acabar en una forma ovalada negra metalizada, coronada con una punta dorada en
su cúspide de varios metros de longitud. A su alrededor también hay varias
naves espaciales, grandes y pequeñas. Todos estos vehículos llevan el mismo
logotipo de una estrella de cinco puntas y un círculo azul. El eslogan “juntos
a Elecanor” también se pueden leer en los vehículos. Así que es cierto. Estas
son las naves. Lo que me dijeron Karen y los demás presos durante meses.
Cincuenta naves y mil humanos se salvarán. Los demás no tendrán cabida. Los
nuevos visitantes poblarán un nuevo planeta y este se extinguirá. ¿Lo
destruirán? O simplemente ¿Lo abandonarán en este mal estado los principales
líderes del mundo? De pronto empiezo a gritar.
— ¡Soltadme, maldita sea, no quiero morir
aquí! ¡No me dejéis en este maldito planeta! ¡Todos nos merecemos la salvación!
De pronto se acercan a mí unos niños muy
pequeños. Van uniformados y tienen el rostro serio. Su actitud no parece la de
un niño, sino la de un adulto en una importante misión. El más mayor de todos
se agacha hasta mi pues todavía sigo en el suelo.
—¿No os avisaron en el programa de
reinserción? Todos deberíais estar informados. Las naves parten en dos días y
el plan ya está previsto. Debéis asumirlo. Sólo nosotros podemos ir allí.
— ¿Vosotros? ¿De qué hablas? ¿Quién eres?
¿Quiénes iréis allí? ¿Por qué no puedo ir yo? ¡También quiero salir de aquí!
—Nosotros los niños. El futuro de la
humanidad. El futuro de la especie como tal. Los únicos que podrán salvar y
cambiar todo estableciendo un nuevo paradigma. Aunque sea en otro planeta. Sentimos
no poder ayudarte, pero ya tenemos que partir. Adiós.
Mientras se despide de mí con la mano se cierra lentamente la enorme
puerta metálica que tanto me costó abrir, y le miro sin saber que decir,
aceptando el futuro que me espera.
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