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EL PEGO

Despierto en el pueblo que me vio nacer. He dormido en la cama donde dormía mi madre, con  el somier y el cabecero de hierro y latón, y el deforme colchón mullido con auténtica lana. Eso ya nunca lo podré disfrutar en ningún otro lugar. Sólo en éste pequeño pueblo de Zamora lleno de recuerdos esparcidos por cada rincón que a diario transito. Parece mentira que las cosas aquí hayan cambiado tanto y a la vez tan poco. Sigue el caño de la plaza arrojando su inagotable chorro de agua cristalina. Cuando era niño aquello me parecía como un hechizo mágico; a día de hoy me lo sigue pareciendo, pues en casi cuarenta años, no he visto que aquel chorro parase. El bar de Gloria sin embargo si ha cambiado, pasando por diferentes dueñas y cerrando después. Sin embargo han ido abriendo otros bares, pero nunca llegaron a ser más de tres. Estaba el moderno y estaba el antiguo, pero para los del pueblo siempre fue lo mismo, por que es tan pequeño que los bares eran una excusa para reunirse, socializar y cotillear un poco sobre los paisanos. A fin de cuentas viejos y jóvenes nos terminábamos mezclando en bares modernos y antiguos, y todos tan contentos. Todos sabíamos que cuando se proponía el ir al bar en la noche era la excusa perfecta para dar el paseo nocturno rutinario y en el camino observar las estrellas, hablar de temas pendientes en la familia o visitar a varios vecinos de nuestra llegada al pueblo. Aunque los vecinos parecían tener un sexto sentido para percatarse de tu llegada, pues a los dos días la noticia ya había corrido por todo el pueblo. Las casas parecían tener ojos y oídos, y de alguna manera era así, pues los abuelitos se quedaban hieráticos a la puerta de sus casas, y parecían auténticos vigilantes de seguridad, esperando ver sucesos fuera de lo normal. Para más inri, dejaban las puertas espalancadas como no queriendo perder detalle si es que tenían que entrar a casa por el calor. Aunque es este pueblo el tema de las puertas era algo muy personal. Unas veces las querían totalmente abiertas, otras totalmente cerradas, pero a menudo llegaban a un término medio y las dejaban entre abiertas, corriendo después una cortina de tela típica castellana, o como en el caso del bar otras, mas modernas de macarrones anti moscas; “toda una tecnología en aquel pueblo” . Y eso es lo que me gustaba de allí. Las puertas con mando, los patinetes eléctricos, pantallas móviles, el internet… No concebimos estar sin ello en la ciudad y es casi imposible deshacerse de eso tan solo por un día; Pero allí retrocedías en el tiempo y volvías a tus raíces y a una tranquilidad diferente. A veces deseada y otras no. Pero innegablemente era algo que en otros lugares no encontraría jamás, pues miles de recuerdos se almacenaban allí y podía volver a mi infancia y recordar los momentos mas felices de mi vida.         



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