Aquel instrumento primorosamente tallado era muy extraño. Lo había encontrado en un barrio donde abunda la comunidad china y estoy seguro que sería de algún vecino de la zona. Pero no tenía ninguna reseña para poder buscar a su dueño, así que lo llevé a casa. Cuando terminé mi trabajo en los servicios de limpieza de la Comunidad de Madrid, volví a casa pensando en aquella reliquia tan especial que encontré en la mañana. Ya era tarde, pero quería oír aquel instrumento. Era pequeño y parecía ser un instrumento de viento, pues tenía dos boquillas diferentes para poder soplar y varias teclas para ir pulsando a modo de saxofón. Sin embargo, era fino y ligero como una flauta. Estaba compuesto por una exótica madera muy oscura, con betas ocres, y en las boquillas tenía una pieza de un material que parecía ser marfil azul. El extremo opuesto había una pieza de color violeta y burdeos con agujeros y una micro palanca que terminaba de rematar el instrumento. Después de desinfectarlo bien, lo miré unos minutos como si se tratara de la mayor reliquia mística encontrada en toda la humanidad, y me metí tanto en el papel que me empecé a sugestionar con todo lo que había ocurrido en el día. Empecé a sentir que todo era una señal. Que nada había pasado por casualidad. Que aquel instrumento podía tener fuerzas ocultas, que sólo su dueño o creador podría controlar. En definitiva, el miedo se apoderó de mí y de mi razón, y acabé encerrando en una maleta el extraño instrumento y llevándolo esa misma noche a comisaría para deshacerme de él y que pudiera volver a su dueño. Volví a Usera, el barrio chino donde encontré aquella especie de flauta. Iba directo a comisaría. Todavía eran las nueve y media de la noche y podría volver a casa tranquilo para dormir a una buena hora, habiéndome quitado un peso de encima. No podría descansar tranquilo, sabiendo que tenía aquel objeto de gran poder. Dos calles antes de llegar a comisaría,
frené en seco y dejé el coche a un lado de la calle con las
luces de emergencia. No podía creer lo que veían mis ojos. Varios niños tocaban
aquel instrumento que sonaba como una armónica desafinada. Más adelante otros
niños igual. Y al otro lado, incluso una señora llevaba uno también en el
bolso. Tras avanzar un poco más, descubrí de dónde venían tales reliquias.
Había un contenedor con varios de ellos rotos y en frente un establecimiento
chino los vendía por tres euros. —Hoy en día uno ya no sabe que pensar—, dije
para mis adentros; y me fui a casa a dormir.
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