Iba todos los días a la misma cafetería y a la misma hora. Exactamente a las 11:00 de la mañana para tomar mi café con leche y ojear el periódico. Se podía decir que era uno de los momentos más apreciados del día en el que te olvidas de todo y estás contigo mismo sin hacer caso de problemas y obligaciones. Tan sólo saboreas tu café y te dejas llevar, permitiéndote pequeños caprichos que sabes que no vas hacer todos los días. Sin embargo al día siguiente vuelves hacer lo mismo. Y durante toda semana, en ese pequeño momento vuelves a caer en el autoengaño para que nada estrope ese momento. Pocas veces se rompe esa armonía. Haces lo que puedas para que eso no ocurra, pero en fin, hay veces que ocurre. Aquel día ocurrió. Ese día la vi como entraba sonriente por la puerta con una energía vibrante y contagiosa. Vestía ropa de calle sencilla a la par que descuidada pero su belleza resaltaba sin importar banales accesorios que a menudo no dejan ver la esencia de la persona. Su esencia era como la llamativa y bella flor del jardín que acaba de florecer sin que ninguna otra lo haya hecho aún, sobresaliendo con sus intensos colores y su atractiva figura. Con voz dulce pidió su café y miró las mesas que quedaban sin ocupar. Tan sólo había dos mesas libres en el pequeño local y una la ocupaba yo. Otras tres estaban precintadas y al fondo podía tomar su café, no muy lejos de mí. Alternamos la mirada y nos saludamos sin conocernos con un simple buenos días. Ella pasó junto a mi, y se sentó; yo me levanté después para ir al baño. Cuando salí no lo podía creer. Ya se había terminado el café y se había ido. Ya sabía que decirle. Quería conocerla, hablarla de lo que fuese, invitarla a otro café y poder saber quien era. Le pregunté por a la camarera que servía en la barra por la misteriosa chica y me dijo que siempre se bebía el café de un sorbo y se iba con premura. Ese es su momento especial, pensé. Desolado cogí mi cuaderno y mi lápiz con el que había empezado a escribir este relato. Me puse la chaqueta lentamente y me dispuse a salir de la cafetería. Cuando fui a pagar la camarera me dijo:
-Ya está pagado, le ha invitado la chica que se acaba de marchar hace unos minutos… y le ha dejado una nota.
Me entregó entonces un papel doblado en cuatro partes que desdoblé rápidamente y leí: Tú también alteraste mi momento especial, pero me gustaría que lo hiciésemos juntos, tomando café quizá. Clara:658957862.
Como loco de alegría y todavía incrédulo pienso… creo que ha leído mi diario.
Comentarios
Publicar un comentario