En la feria
que se celebraba todos los años en el pintoresco pueblo de Comillas todo era
mágico. Tenía más de cien puestos, pero todos eran diferentes y sus
espectáculos eran increibles. Hacían los mejores números de magia del mundo y
siempre te sorprendían con un nuevo truco escondido en su amplio repertorio.
Sus dueños siempre competían pera ser las más atractivos y aclamados del
mercado.
Pero un día
llegó un niño a la feria con un macuto a la espalda y montado en una vieja
bicicleta. Pagó su puesto, la plaza ciento cuatro, justo al final de la calle
de los malabaristas, magos y puestos de helados. Era un puesto muy pequeño,
pero rápidamente fue el atractivo y vistoso de toda la feria. La decoración exterior era simple pero llamativa.
Consistía en varias ristras de farolillos de colores iluminando la pequeña
carpa de tela a rayas blancas y rojas. También había una serie de ruedas de bicicletas
pintadas, decorando la entrada del puesto. Pero lo que de verdad llamaba la
atención de la gente era el letrero que había en la parte superior de la tienda
donde se podía leer, “El constructor de sueños”. Y justo a la entrada explicaba
en un pequeño cartel que en el interior de aquella pequeña carpa podrían
llevarte al lugar con el que siempre soñaste durante 30 minutos. Aquella
afirmación hizo que el puesto estuviese atestado de gente desde el primer día. El
niño, se llamaba Oto y la gente a la semana ya le llamaba Oto el constructor de
sueños. Durante varios meses le fue muy bien y la gente acudía en masa a su espectáculo
para cumplir sus sueños más deseados. Enseñaba a su público previamente a
entrar en un estado de bienestar y relajación plena para que su sueño fuera lo
más placentero posible. Todos salían muy satisfechos. Sin embargo, la envidia empezó
a diseminarse por toda la feria como la pólvora. Los demás feriantes querían
acabar con el puesto de Oto al que veían como un niño charlatán y estafador.
Pero Oto hablaba poco. Un día una niña que vivía con una familia trabajando
como sirvienta fue a la carpa de Oto. La niña estaba harta de la familia que no
la trataba bien y no la dejaba salir de la casa. Tenía muy poco dinero, pero le
dijo al niño que le pagaría más adelante si cumplía su sueño: desaparecer de
allí y poderse ganar la vida en otro lugar. El niño le dijo que se sentara en
una especie de sillón y comenzó su viaje. Mientras la joven dormía el niño la
observaba y cada minuto que pasaba más le gustaba. Era muy guapa y tenía dos
años menos que Oto. No tenía familia, pero tenía muchos sueños e ilusiones por
cumplir. La niña despertó, apenada por tener que abandonar su gratificante
sueño. Pero el Oto le cogió la mano y le dijo:
-Si tú
quieres te acompañaré a cumplir tu sueño para siempre.
La niña sonrío
y asintió con la cabeza.
-Pues vayámonos
de aquí, - dijo Oto.
Los niños se
dieron cuenta que iban en su busca varios comerciantes, la familia de la chica
y la policía. Así que Oto, cogió la extraña bicicleta con la que había venido al
pueblo y le pidió a la niña que montara con él. Empezó a pedalear y le dijo que
cerrara los ojos. La bicicleta no se movió del sitio, pero poco a poco
desaparecieron y cuando entraron a por ellos ya no estaban allí. El deseo de ambos niños se había hecho realidad.
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